¿Juego limpio
o sucio?
Jesús Elorza
El fair play o juego limpio es un término usado en
el ámbito de los deportes, para señalar el comportamiento honesto y correcto,
el cual deben mantener los atletas ante sus oponentes, el árbitro, y los
asistentes. Éste se distingue por anteponer la satisfacción de competir
limpiamente, y priorizar el deporte por encima del deseo de obtener la
victoria. Esta expresión demuestra respeto al contrincante, al árbitro y a las
normas; por consiguiente, enseña el efectuar el juego limpio, sin trucos o
simulaciones que lleven a confundir al rival, o al juez.
Sin embargo, a lo largo de la historia del deporte
hemos visto como la norma del juego limpio se ha visto inmersa en hechos
contradictorios ocasionados a título personal o por gobiernos sin escrúpulos
que buscaron los triunfos en las competencias a través de medios ilícitos. Los
ejemplos más resaltantes han sido las políticas de estado para el dopaje de los
atletas, empleadas durante muchos años por los regímenes de la República
Democrática Alemana y la ya desaparecida Unión Soviética, pero, continuada en
Rusia por Putin en la época actual.
Hoy en día, el juego limpio está sometido a un
debate universal ocasionado por la participación de personas transexuales que
tienen una identidad de género que no coincide con su sexo obtenido al nacer y
desean hacer una transición al sexo con el que se identifican.
Cabe recordar situaciones en las que, por ejemplo,
en 1977 la Corte Suprema de Nueva York falló a favor de la tenista Renée
Richards -antes Richard Raskind-, a la que el Abierto de Estados Unidos había
prohibido jugar en categoría femenina. En 2009, ante el triunfo de Caster
Semenya en la final del Campeonato Mundial de Atletismo de Berlín, otras
corredoras manifestaron dudas acerca de su sexo. La Asociación Internacional de
Federaciones de Atletismo (IAAF) publicó que había pedido un test de
verificación de sexo, debido a que los resultados de las pruebas realizadas en
Sudáfrica, previas al Campeonato del Mundo, habían mostrado una cantidad de
testosterona tres veces superior a lo considerado normal en una mujer. Rodrigo
Pereira de Abreu tiene 37 años y juega en el Osasco, un club de la máxima
división del voleibol en Brasil. Fue elegido dos veces el jugador más valioso
en ligas masculinas y en 2015 comenzó su transición de género, para convertirse
en Tiffany Abreu.
Pero los últimos casos de la halterófila
australiana Laurel Hubbard -que compitió en los Juegos Olímpicos de Tokio- y la
nadadora estadounidense Lia Thomas, entre otros, han reavivado la controversia
sobre la transexualidad en el deporte y sobre cuál es la frontera entre los
derechos individuales de las personas que cambian de sexo y la justicia y
equidad deportiva.
El marco legal que debe regular la participación de
los deportistas transexuales en las distintas competiciones y disciplinas aún
no tiene un desarrollo exhaustivo y en la actualidad depende de cada disciplina
o federación internacional. Esa es la última directriz del Comité Olímpico
Internacional, que publicó en noviembre unas pautas en las que suprimió criterios
anteriores que incluían, por ejemplo, la exigencia de mantener los nivexales de
testosterona por debajo de 10 nanomoles por litro de sangre o haber completado
la cirugía de reasignación de sexo al menos dos años antes-, para establecer
ahora que debe ser competencia de cada federación deportiva designar el marco
para la participación de las mujeres trans. El Comité Olímpico Internacional se
lava las manos para alejarse del debate sobre la materia y traslada la
responsabilidad de las decisiones a las federaciones deportivas.
El deporte necesita abordar la inclusión o no de
las mujeres transgénero en las competiciones deportivas femeninas, una cuestión
compleja en la que han de conciliarse el derecho a la identidad y a la no
discriminación de las deportistas con el juego limpio, entendido como la
igualdad de oportunidades de las participantes. No hay soluciones únicas: hay
quienes abogan por negar la participación de las deportistas trans en
competiciones femeninas al considerar que tienen superioridad física y dejan en
desventaja a sus compañeras y quienes solicitan la integración de toda aquella
persona que se sienta mujer. En el medio, voces que piden un estudio caso por
caso y otras que sugieren superar las categorías sexuales en pro de otras
divisiones más afinadas que tengan que ver con la talla o el peso.
En esta dialéctica controversia, por un lado, está
el derecho a que las mujeres trans compitan y se integren en la competición con
su identidad sentida, como mujeres, y en el otro lado de la balanza estaría la
integridad de la competición entendida como la igualdad de las
participantes. Parafraseando a Shakespeare, podríamos decir “Juego limpio
o sucio esa es la cuestión”.
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