viernes, 4 de diciembre de 2020

 















DE VIDELA A MADURO CON LA PELOTA

Jesús Elorza

El ensayista argentino Juan José Sebreli en su libro, Comediantes y mártires. Ensayo contra los mitos (Debate, 2008), critica la deificación de Maradona, señalando sus hipocresías e incoherencias y su relación con dictadores.

Señala el autor, que fue en Nápoles, no en Villa Fiorito, donde descubrió la atracción de la hinchada futbolera por los símbolos de la guerrilla latinoamericana, aunque despojados de todo significado político concreto y reverenciados por sus costados de coraje y violencia. Los tifosi solían usar boinas con estrellas, camisas militares, pantalones de fajina inspirados en el uniforme guevarista. Así se le reveló la existencia de un tipo humano en boga, el joven rebelde setentista, y decidió unir su figura a la del Che, para añadir otro símbolo exitoso al suyo propio. Él fue más allá de la calcomanía en la camiseta; durante un carnaval en Río de Janeiro, se tatuó la imagen del Che en un brazo y después la de Fidel en una pierna.

Desde muy joven, la imagen de Maradona sirvió para la promoción de la dictadura de Videla en Argentina. Los militares advirtieron las condiciones carismáticas del jugador y decidieron aprovecharlo; este se dejó usar, y a su vez usó a la dictadura para su propia carrera. Su primer éxito, el Campeonato Juvenil en Tokio, fue utilizado por la dictadura para mejorar su imagen y distraer la atención de la gente de los crímenes que se estaban cometiendo. El dictador Videla dirigía, desde el canal de televisión estatal y por vía satélite al Japón, el operativo de saludo a Maradona. Las manifestaciones de festejo sirvieron para ocultar la visita de la delegación de la Comisión Internacional de Derechos Humanos que había ido con el propósito de investigar las desapariciones. A su retorno, lo recibieron en la Casa Rosada y Videla lo felicitó ante las cámaras de televisión.

A instancias de los militares, Maradona comenzó a dar discursos ajenos al fútbol y muy en el estilo del régimen, como el que pronunció después de firmar el trato con Austral, donde ya se alentaba el espíritu bélico que llevaría a la aventura de las Malvinas: “Ahora que soy muy feliz por servir a mi país como soldado, empiezo a entender el verdadero significado de la soberanía nacional. Significa todo. Es mi país y mi país es como mi propia familia, y si un día nuestras Fuerzas Armadas tienen que defender el país, ahí va a estar el soldado Maradona, porque antes que todo soy argentino”. Pero cuando llegó la guerra de las Malvinas, que provocó la muerte de tantos jóvenes como él, el soldado Maradona no se hizo presente.

Sintiéndose el ombligo del mundo, Maradona no dudo un instante en proseguir su camino de idolatría a los regímenes dictatoriales, sumando con su pelota de futbol, adoraciones fervorosas a Fidel Castro, Hugo Chávez y por Evo Morales, junto a quienes intervino en la Anticumbre realizada durante la Cumbre de Presidentes Americanos en Mar del Plata. A esa lista de líderes admirados sumó al presidente de Irán Mahmud Ahmadineyad, negador del holocausto.

Con la experiencia obtenida en largos años de servilismo a diferentes regímenes dictatoriales, siempre estaba atento para prestar su imagen en procura de fortalecer al dictador de turno que lo solicitara. Muerto Chávez y posteriormente Fidel, no dudo ni un instante en continuar su servil carrera apoyando a Nicolas Maduro. El acto de lealtad fue un bochorno más en la lista de Maradona, destacándose la cómica oferta que le hizo Maradona en una oportunidad al discípulo del dictador Chávez: la de convertirse en un soldado del ejército bolivariano para armarse en defensa de la revolución, con la finalidad de frenar una invasión norteamericana.

Con la pelota de futbol a sus pies, Maradona dribló a su antojo a los dictadores del mundo y supo vender su imagen entre ellos a cambio de grandes sumas de dinero. De Videla a Maduro lo que queda en evidencia es el servilismo rastrero de un jugador que vendió su imagen a la dictadura y al consumo de drogas.



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